Thin se sentó en el borde de la fuente. Sus dedos cortaron la superficie del agua, un frío denso y limpio que pareció absorber el calor de su piel. El sol de la tarde le calentaba la nuca, una sensación a la que todavía no se acostumbraba; era una presencia constante, una presión física que su sistema aún no lograba procesar del todo.
A su izquierda, en el mismo banco de piedra, estaba Candle. Llevaba el cabello partido en dos mitades exactas, una rubia y otra negra, sujeto abajo por una simple cinta azul. Sus ojos eran de un celeste tan diluido que bordeaba la ausencia de color. Olía a jabón de lavanda y a pan recién horneado, olores que el procesador de Thin catalogaba como “agradables” y “seguros”. Su propio pulso martilleaba suavemente en sus sienes, un recordatorio constante de la frágil maquinaria que habitaba.
—¿Seguro que no quieres helado? —preguntó ella. Su acento de origen ruso era un matiz sutil, una forma de alargar las vocales que a Thin le resultaba imposible de imitar.
—Estoy bien —respondió él, concentrado en mantener su propia voz estable—. Prefiero quedarme aquí.
Candle sonrió. El gesto alteró la geometría de su rostro por unos tres segundos. Thin los contó. Después, su expresión volvió a un estado neutro mientras miraba el agua. Le gustaba ese estado neutro. Era predecible.
Un niño pasó corriendo sobre las baldosas, sus gritos agudos y la estela de una cometa de papel rompiendo la calma de la plaza.
Thin sonrió, pero por dentro sentía una compresión física en el centro de su pecho. Había leído sobre esa sensación en libros de fisiología humana: ansiedad, atracción, miedo. Ninguna de esas etiquetas cuadraba del todo. Esto era algo más antiguo, una variable no declarada, una falla en su sistema que no entendía.
—Thin, ¿estás bien? —Candle se inclinó hacia él. El olor a lavanda se intensificó, pero por un instante pareció mezclado con algo más, un matiz metálico y dulzón—. Te noto extraño.
—Solo… pienso —dijo él—. A veces pienso demasiado. Es un fallo de diseño, supongo.
Ella rio. El sonido no fue solo una vibración en el aire; fue una frecuencia que le recorrió el sistema nervioso hasta los dedos de los pies. Thin apretó los puños. Un impulso que no entendía, una directiva surgida de la nada, le urgió a decirle la verdad: que no era humano, que su cuerpo era un traje biológico, que detrás de sus ojos se escondía una conciencia de una naturaleza que ninguna lengua mortal podría pronunciar. En su lugar, guardó silencio. El riesgo era incalculable.
Un perro se acercó a olisquearle los zapatos, lo ignoró, y se marchó. Candle se levantó, sacudiéndose el vestido.
—Tengo que irme. Mamá espera.
—Claro —dijo Thin.
—No hace falta que me acompañes. Quédate. Disfruta del sol.
Le tocó el hombro. El contacto duró menos de un segundo, pero en su sistema dejó un vacío del tamaño exacto de su mano. Una ausencia de información que, por primera vez, dolía.
La siguió con la vista hasta que desapareció entre la gente. Entonces soltó el aire que su sistema había estado conteniendo.
Cerró los ojos, intentando aferrarse al recuerdo de la presión de su mano, y la realidad se descompuso. El sonido del agua se estiró hasta convertirse en una nota grave y eterna. El suelo dejó de ofrecer resistencia. El aire se espesó, vibrando con una energía que no era ni luz ni sonido. No cayó; fue suspendido, ascendiendo a través de un no-lugar de silencio absoluto.
Frente a él, a una distancia imposible de medir, un trono vacío hecho de luz solidificada parecía observarlo. Y a su alrededor, el espacio bullía. Cientos de ángeles-trono, los Ophanim, se movían sin girar: ruedas dentro de ruedas, cubiertas de ojos que todo lo veían y nada juzgaban. Su movimiento generaba una armonía que era, a la vez, aritmética pura y arte infinito. La sensación era tan intensa que uno de sus tentáculos se crispó bajo la piel de su forma humana.
La voz del anciano no sonó: simplemente fue. Se inscribió en la realidad.
El ángel, un Serafin, se disolvió. Y de la nada, sin caminar, apareció un hombre de túnica blanca y ojos que reflejaban algo tan infinito que dejaba de ser comprensible.
—Bienvenido, Thynagghor —dijo—. O Thin, si prefieres.
El nombre antiguo le produjo una vibración dolorosa.
—¿Quién…?
—Soy quien crees que soy. Y tengo las respuestas que buscas.
El cerebro humano de Thin gritó de dolor. No podía mantener la mirada.
—¿Por qué me duele? —logró articular.
—Porque tu mente humana no fue diseñada para percibir la totalidad. Es un recipiente demasiado pequeño para un océano tan vasto. Puedo ajustarlo.
Thin asintió. Con un gesto, su forma humana se disolvió. El dolor cesó. Quedó su esencia, flotando. La claridad era abrumadora.
—Mejor —dijo el anciano—. Ahora puedes preguntar.
—¿Por qué nada es eterno? —resonó la voz de Thin, ahora despojada de cuerdas vocales, en una pregunta que siquiera pensó, solo le salió de lo profundo del pecho.
—Porque el valor requiere un principio y un fin. Lo eterno no se puede desear, ni extrañar, ni valorar. Si el día fuese perpetuo, la luz no tendría significado. Los humanos están hechos a mi imagen en esto: en el deseo. Anhelan lo que es finito. Por eso el amor de una chica mortal tiene más peso en el universo que una galaxia inmortal.
—¿Y es justo? ¿Que ella envejezca y yo no?
—La justicia es un concepto humano para medir la igualdad. Yo mido el peso. La vida de ella tiene peso porque cada segundo se consume. La tuya es liviana porque no tiene fin. Ella siente. Tú, hasta ahora, solo contabas.
Thin continuó cuestionando:
—¿Por qué existe la maldad?
El anciano movió la mano. El espacio se llenó de sensaciones. Thin sintió el hambre retorcida de un niño, el miedo helado de un hijo, la fría ambición de un rey.
—Porque la maldad no es un fallo en mi creación. Es la prueba de que funciona. Sin la capacidad real de elegir la destrucción, la elección de crear no tiene valor. Sin la opción de la crueldad, la bondad es solo un instinto. Es una opción, y sin opción, no hay libertad.
—¿Y las víctimas? —la voz de Thin tembló.
—Ellas también eligen. Cómo responder. Cómo recordar. Cómo reconstruir a partir de las cenizas. El bien más puro no es el que nunca ha conocido el mal, sino el que lo ha enfrentado y ha decidido no convertirse en él.
El silencio fue largo, lleno de estrellas naciendo y muriendo.
Thin rompió el silencio haciendo otra pregunta más.
—¿Qué soy yo?
—Una idea. Una posibilidad a la que di autonomía. Eres una emoción que yo mismo había olvidado. Eres una nota al margen de mi diario, Thynagghor. Y estás aprendiendo a escribir tu propia historia.
Thin sintió que su conciencia se expandía, a punto de tocar algo fundamental.
—Aún no —dijo el anciano. El recuerdo de Candle, su sonrisa de tres segundos, se superpuso a la visión de los ángeles-trono—. Tienes una cita.
El mandato resonó, claro y absoluto, mientras la imagen de ella se hacía más nítida.
—Ve. Vive. Ama. Pierde. Eso es todo lo que debes hacer, y es todo lo que querrás hacer.
Con un pequeño movimiento de las manos, el anciano hizo que Thin fuera transportado al plano terrestre.
El mundo giró. El eco del mandato se mezcló con el olor a lavanda. La plaza reapareció. Thin estaba de pie, con el sol de nuevo en la nuca. Pero ahora era diferente. El calor no era una presión, era una caricia. El sonido del agua no era una frecuencia, era una melodía.
Candle ya no estaba. Pero el vacío en su hombro permanecía, una brújula apuntando a un nuevo propósito.
Caminó hasta la floristería de la esquina. El aire olía a polen, pero el matiz metálico y dulzón persistía, más fuerte ahora. La florista le sonrió, pero sus ojos no acompañaron el gesto; por un segundo, parecieron vacíos, enfocados en algo detrás de él. Compró un ramo de claveles. Rojos. No era un protocolo. Era un impulso, una urgencia cálida que nacía desde dentro.
La casa de Candle estaba a tres calles. La luz del atardecer pintaba las paredes de un naranja pálido. Todo estaba en silencio. Un silencio antinatural, pesado, como si el aire se hubiera solidificado. No había grillos, ni el ruido lejano de un motor. Al pasar junto a la ventana de un comercio, su reflejo pareció moverse con un ligero retraso, desincronizado. Se detuvo. Su reflejo se detuvo un instante después. Lo atribuyó a un fallo en sus procesadores ópticos.
La puerta de madera de la casa estaba abierta. Solo una rendija. Empujó.
El interior olía a comida caliente, a metal y a ese mismo dulzor, ahora abrumador.
La mesa estaba puesta para tres. El padre de Candle estaba desplomado en su silla, con la cara hundida en un plato de estofado a medio comer. La madre yacía en el suelo, junto a una silla volcada. Su vestido de flores estaba manchado.
Candle estaba sentada frente a la puerta. Tenía la cabeza apoyada sobre la mesa. La cinta azul de su cabello estaba empapada en algo oscuro que goteaba lentamente sobre la madera.
Thin no estaba solo en la habitación.
Sentado en el lugar vacío de la mesa, había otro ser. Un amasijo de carne humana y animal suturada sobre hueso expuesto que formaba un humanoide. Goteaba un líquido espeso y rojo sobre la madera. Su torso era una masa de carne palpitante, atravesada por fisuras verticales de las que emergían ojos repletos de párpados. Cada uno se movía con independencia propia, pero todos los pares miraban la carne de la difunta, con deseo, con HAMBRE. El ente no tenía boca. En su lugar, fragmentos de diente afilado estaban incrustados directamente en el tejido de su cuerpo, formando una sonrisa fija y serena que recorría desde su cadera hasta su frente.
La criatura levantó la vista del cuerpo destrozado de Candle. Sonrió y exclamó abriendo cada uno de sus apéndices al unísono:
—He vuelto, Thynagghor.
Tags:
terrorHey! ¿Cómo estás? Veo que estás demostrando el suficiente interés sobre mí para entrar a mi perfil, que descortés de mi parte el no haberme presentado, Mis siglas son T.A., si me conoces en la vida real, ¡comprende que esto es una medida para que cibercriminales no me rastreen! Bien, supongo que debo contarte cosas sobre mí, mm. Nací el 22 de enero de 2010, mi autor favorito es HP. Lovecraft, soy paraguayo, quiero estudiar en el extranjero, eh, ¿es difícil hablar sobre uno mismo?, ¿no crees? Me gusta el ajedrez, la oratoria me encanta, escribo desde los 14 años a escondidas, me gusta mucho la tecnología, me gusta la humanidad, y no mucho más, supongo que puedes conocerme más si lees mis ensayos, mis historias no reflejan tan bien a mi ser porque no hago self-insert. De todas maneras, ¡gracias por estar en esta página perdida por el basto internet!
No Comment! Be the first one.